UNA HIJA DE JUDÍA NUNCA ES DEMASIADO GORDA NI DEMASIADO VIRGEN
De los millones de peligros que -según mi madre- acechaban personalmente a sus dos hijas, el sexo era el peor de todos.
Nada,ni las enfermedades, ni los huracanes, ni Hitler en persona, le parecía más aterrador.
Tener dos hijas en representaba para ella un peligro mayor que tener dos terroristas suicidas en el living.
Desde su de vista, todos los eran en sí mismos una amenaza, ya que contaban con un arma con la que podían arrebatarnos nuestro mayor tesoro. ¡Qué paradoja! En esa época, perder la virginidad era la mayor de las ignominias para una chica.
Ahora la ignominia es no perderla.
Como es de imaginar, todos los le resultaban pocos a este respecto y entonces decidió que lo único que se podía hacer era la vigilancia permanente, acompañada de una absoluta negación del tema.
Por ende, en mi casa quedó completamente interdicta cualquier palabra alusiva a la sexualidad de sus hijas.
Por ejemplo, si en ese momento hubiera existido algo como los Monólogos de la Vagina, éstos habrían matado a mi madre.
Aunque estoy segura de que si hubiera tenido un varón, como quería, no lo habría circuncidado.
Pero llegó un momento cuando mi hermana y yo estábamos en plena adolescencia, en el que consideró que tenía que hablarnos.
Una noche nos llamó a su cuarto, se sentó frente a nosotras con una bolsa de papel en la , a la que le había hecho dos agujeros para los , y con muy serio se puso firme en el discurso:
-Hijas: ustedes saben perfectamente que yo no creo en el sexo, pero que lo hay, lo hay. Por eso quisiera encontrar las palabras justas para que no les quede ninguna duda acerca de lo que les voy a decir.
Entonces carraspeó un poco para aclararse la garganta y nos espetó sin más: -No ha habido sexo en esta casa por muchos años, ¡y no lo va a haber ahora! Y así comenzó su letanía de consejos: -“Si te metés en la pileta podés quedar embarazada.”
-“Mirá muy bien lo que te dan a tomar en ese cumpleaños de quince, porque te pueden poner droga en el vaso, y te pueden violar.”
-“El sexo es un minuto de placer y diez años de desgracia.”
Yo tenía ganas de decirle: “No, mamá, eso no es el sexo es el matrimonio”, pero no me atrevía.
Muchos años después cuando yo ya era adulta descubrí -no sin estupor- que en el videoclub de la esquina de mi casa alquilaban una
película porno judía. Me picó la curiosidad, así que le pregunté al empleado qué tal era, y el chico me contestó: “¡Lo típico! Cinco minutos de sexo y una hora de culpa”.
Unos días más tarde, en una de mis a Montevideo, encontré a mi mamá más comunicativa que de costumbre, y me animé a preguntarle:
-“Mamá… ¿por qué nunca me quisiste hablar sobre sexo?”
Y ella me respondió: -“Querida, porque yo no sé nada sobre sexo. Siempre estuve casada.